NIEVE
¡Nieve, nieve… lleve la nieeeeveeeee!
La sed, el desamor, el antojo con nieve se pueden saciar.
De limón, de vainilla, de grosella y de mamey, puedes probar.
A lo lejos se escucha una voz grave que grita: Lleve la nieve, la niii-e-vee y en automático una sonrisa ilumina el rostro de quienes también lo escucharon.
Habita botes de aluminio, rodeada de hielo con sal. Cada nieve es un pedacito de mi infancia, es un sabor del corazón.
Mi nieve, es la nieve del calor, es la nieve de vasito y cucharita que en cada bocado me refresca, mi nieve se vive en faldas y blusas cortas, rodeada de gente en los parques, mi nieve también se prepara en casa, con frutas de temporada, en familia, con la receta de la abuela al ritmo de la marimba.
De múltiples colores y sabores es la nieve, siempre de agua. Nieves de todos los tamaños, nieve para todos; pero hay otro tipo de nieve, la de otros países y otros climas, esa blanca y hermosa que también llena de alegría a quienes la conocen. Hoy hubo una nevada histórica en Madrid , la gente salió a las calles con abrigos, ropa de esquiar y guantes listos para construir muñecos, mientras tanto yo leía las noticias con mi nieve de limón entre las manos. Pienso en esas personas que experimentan la nieve desde afuera y yo saboreo la mía con la lengua, la garganta y el corazón, desde adentro. Tantas posibilidades, mundos distintos y me emociona saber que exista esta hermosa metáfora helada.